La etnografía, como forma de aprendizaje, está basada en el encuentro con otras personas, pero también con actores no humanos. La correspondencia experimental con ambos conlleva, en algunas fases del proceso, no sólo participar sino también dejar hacer. Dejar hacer no como gesto indolente o libertario, sino como una intervención que abre hueco para la experimentación de los demás.

Si asumimos que la experimentación implica hacer las cosas de otra forma, y no solo con otras tecnologías, el facilitar huecos y recursos donde probar cosas es una manera de fabricar nuevas relaciones sociales y de repensar colectivamente cómo nos relacionamos con el mundo, a pesar del riesgo de no llegar a ningún lado. Dejar hacer es, de hecho, una práctica de trabajo de campo que hace que las relaciones importen, en un sentido literal, abriendo una infinidad de roles posibles para los antropólogos más allá de la observación y la descripción; ya que esos mismos roles pasan a ser el objeto de atención etnográfica.